martes, 14 de octubre de 2014

Improntas









Nómada.-

Improntas.-

Ser, al fin y al cabo no es todo lo que importa... es lo que dejas como ser, lo que te queda de lo percibido, en este intercambio nos hacemos y, hacemos que todo se convierta en un sólido cristal de colores.

Sentado, o de pie, —“no recuerdo bien”—, ante aquella inmensa montaña, blanca, impresionantemente alta. Mientras, permanezco en el valle, rodeado de olivos, de granados y de un sol maravilloso.

Un camino de tierra pasa cerca, el sonido de los grillos es permanente,  las horas desaparecen como por arte de magia. Las palabras se hacen sentir en mi interior, buscando las claves de esta belleza que sube desde el valle al cielo.

Queda cerca el cielo; más incluso que de la tierra, los pies se elevan, la sensación de aíre entra en mí, esto a su vez hace que respire al fin el aíre de la montaña… sumido en esta contemplación, me asombro, alzo una voz que solo yo escucho, no hay nadie. Ahí abajo, en el valle, solo veo siluetas difusas de árboles, alguna casa, algún coche que pasa —sin pararse—, quizás por casualidad. Nada queda en este lugar, solo silencios.

Ahora, aquí, ante esta ventana de luz opaca… que emite una luz permanente que atrae, atrapa, absorbe, hipnotiza… en ella permanezco como flotando en el espacio tiempo… las ideas siguen avanzando, pero no quedan escritas… —no sé que me pasa—, desde aquí, la vida se ve de forma diferente a como la veo ahí abajo.

Esta luz cegadora sigue atrapando, —no solo a mí—, nadie permanece fuera, todos quedan dentro de casas iluminadas tras esta luz… los libros desaparecen, las imágenes milenarias de las paredes se convierten en pixes… —las cuevas son museos, los museos son virtuales—. Desde aquí veo mi silueta dibujada a contra luz, mirándome en la luz cegadora, opaca; la niebla aparece fuera, en este nuevo día, no hay sol, la luz surge, pero desde pantallas cuadradas, rectangulares, ovales…

Al bajar y tocar la tierra, me siento, y observo que las paredes me hablan, me cuentan aquello que no vi. Una luz de sol que llega desde la ventana, me alumbra el escritorio y, trae el destello de los días.

Las letras están gastadas, — pienso—  ¡debo buscar otro teclado!. Las letras son imaginarias, o pertenecen a la memoria intuitiva de escribir, de recordar, salen en un sin fin de expresiones, con o sin sentidos. Cuando vuelvo a la lectura de lo escrito, me veo en las paredes silenciosas, mudas, pero llenas de recuerdos y sensaciones que quieren estar presente en lo que sale a través de los dedos. Atrás dejé cientos de lienzos inconclusos, de páginas pendientes, sin terminar, de vivencias que dejé pasar por el mero hecho de estar ante el papel en blanco, o de un lienzo al que nunca le veo el final…

—Los vacíos de voces que dejé atrás, llegan en forma de silencios—.

Aún así surgen las ideas, de forma abstracta o figurativas, concisas.  Es como cuando te dejas llevar por un mero placer, al que dejo fluir en palabras escritas; estas me guían en un recorrido sin fin. Otras busco una palabra, y comienzo a imaginar su vida, su historia,  —me dejo llevar por ella—; ella me lleva por senderos,  me abre puertas a la imaginación. Las palabras me suben al cielo, a las nubes, al igual que las letras imaginarias de mi teclado, borradas ya de tanto pasar mis dedos sobre ellas, en ocasiones para escribir y en otras por el mero hecho de sentirlas… mientras, pienso.

Del papel surgen  sensaciones espontáneas, de viajes, de rincones comunes o simplemente recuerdos, de llegadas y partidas… de encuentros y desencuentros, de él salen las primeras ideas, de palabras que después se convierten en historias, cuentos, poemas…  es diferente,  surgen figuras, dibujos, colores, vida… es un contacto vital con la materia, con la esencia misma… su olor, su blancura infinita…  del boli, el olor a tinta… del lápiz, el olor a cedro… estos se mezclan con el lugar donde estés y, de eso salen otras historias, otros apuntes diferentes… es como viajar en el tiempo. —Como cuando jugaba con los lapiceros en las tardes después de clase—. Es un momento intimo, reconfortante, iluminado por el niño que quedó dentro; pero también testigo de lo que haces, en el momento mismo de transcribir las palabras que te salen ante una puesta de sol, una idea, una reflexión… es el testigo de tú tiempo, de las horas, de los días, de una existencia, de una vida…

En ocasiones deseo fundirme en su piel, convertirme en esa materia blanca y hacer que mis dedos se fundan a él a través de un sin fin de palabras… sin final, atrapado en las letras, las palabras… en las sensaciones, en lo que he vivido, y hacer que así, quede en un sólido cristal de colores.

Juan Manuel Álvarez Romero©  Granada

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