Ha comenzado una fina lluvia, con
diferentes tonos, con numerosas formas de nubes, que desde el sofá puedo ver
como se transforman en miles de ideas, ideas en formas de rostros, de
conexiones con los recuerdos que pasan ante estas imágenes y colores… haciendo de
la imaginación un mundo lleno de nostalgias y maravillosos recuerdos…
Con las primeras horas
del día, pongo el café, organizo mi plan de trabajo, y me vuelvo a la cama. Espero
un par de horas más para levantarme, después de reflexionar sobre lo que no
quisiera hacer, sobre lo que no quiero para el día.
Después la ducha, los dientes… un
repaso para la barba, y salgo fuera, como un loco… a ver que me encuentro en este
día maravilloso, soleado de momento, pero amenazante de nubes que traen agua de
seguro… decido no coger el paraguas, pero si ponerme mangas largas, el día anda
fresco… recorro las mismas calles a diario, pero sin un sentido lógico… busco
alguna cara conocida para asegurarme una
charla aunque sea momentánea en algún café… otras busco solo rostros para ver
que me dicen…
Es curioso, hace tiempo
memorizaba las matriculas de los coches como algo que no podía controlar. Ahora
miro rostros… acuden a mi, no lo hago queriendo. Sospecho que son manías; costumbres
absurdas que me persiguen desde siempre… como cuando era pequeño morderme la
uñas.
Camino, sigo calle abajo, miro
los escaparates de ropa como si realmente me interesaran, y la verdad es que me
va haciendo falta comprarme alguna, aunque puedo esperar…
Continuo, la calle está empinada
y voy en pendiente hacia abajo y, pienso como será subir después, y en mis
pensamientos me digo que debo dejar de fumar.
Continuo, paso por la puerta de
correos, entro, y me pongo en la cola, tengo el 86 y va por 58… el señor que va
delante lleva un impermeable con olor a naftalina. Delante de él una joven
preciosa que va en mangas cortas… contrastes.
Después al cabo de unos minutos
le pido al señor de la gabardina con olor a naftalina que me guarde el sitio,
que salgo a fumarme un cigarrillo y tardo unos minutos… miradas.
La joven me mira de reojo, como a
un bicho raro, será por lo de fumar… espero, de todas formas me da igual, no
pensaba en ella cuando llegué, y no creo que piense después… salgo.
Fuera hace frío, pero no frío de
invierno crudo, es por el contraste entre el adentro y el afuera… pienso.
Cuando termino mi cigarrillo
entro y busco al señor de la gabardina, no está… la joven me mira y dice que se
marchó al servicio.
Me mira de arriba abajo, como
oliéndome, después se vuelve y me ignora… me remango, y miro al techo abovedado
con una enorme lámpara en el centro imitando a una araña de cristal…
posiblemente por su antigüedad sea de bohemia auténtica… pero prosigo con la
mirada hacia el techo y mi escrutinio de observador, entre arcada y arcada de
la bóveda hay unas ventanitas por donde entra toda la luz existente en el salón
donde esperamos, entro, cierro los ojos para fijar mejor la vista, la luz me ciega en parte… el sol casi está tapado
por las nubes, aún da fuerte… quizás sea parte del efecto deseado… ―no mires
al techo, me decía el profesor cuando era pequeño―, mientras me daba con la
regleta en la frente… después iba con la marca a casa y comenzaba a
explicar lo ocurrido… el profesor debía tener razón, un profesor no pega a sí
porque si, decía mi madre y después mi padre… y todo eso después de haber
pasado por el calvario de risas de mis compañeros de clase en el recreo y en la
calle… decido mirar al frente para descubrir que el señor de gabardina con olor
a naftalina estaba ya en su sitio…
Llevo casi una hora en esta
maldita cola. En la ventanilla parece que todo el mundo tiene problemas para
recoger sus paquetes o cartas… me duelen las piernas, debí coger el paraguas,
ahora me serviría de bastón, eso o busco un asiento, ―miro―. Sí, veo un asiento
libre, le indico al señor de la gabardina con olor a naftalina que quiero
sentarme… todo con gestos, y con gestos de las cejas el señor de la gabardina
con olor a naftalina me indica que de acuerdo… me marcho en busca del asiento…me
siento.
Me hundo en el asiento de goma
espuma y skay… respiro aliviado. La joven vuelve a mirarme como un bicho raro…
le hago un gesto de alivio y se vuelve hacia otro lado… Me miro las manos. No se en qué pensar… miro
de nuevo a la ventanilla… una señora muy gorda está apoyada con cara de no
muchos amigos en el mostrador de recogidas… mira al señor que está detrás del
mostrador con cara de acecina… el señor que está detrás del mostrador solo mira
la pantalla del ordenador… sonrío e imagino que está jugando a algún juego,
mientras nosotros los mortales estamos aquí, perdiendo nuestra mañana… nadie
dice nada, todo el mundo calla, nadie habla con nadie, todos venimos solos, y
solos nos iremos, ―pienso―.
Esto es una locura, me duele el
culo de estar sentado, el asiento se hundió tanto que llegó hasta las
traviesas… ahora casi no puedo
levantarme, necesito un apoyo para salir de aquí… una mano amiga, mis piernas
están débiles, la edad quizás, no se.
Miro al señor de gabardina con
olor a naftalina, con la mirada le explico la situación… él me mira, la joven
me mira, ellos entre sí se miran, y de pronto surge una gran carcajada general,
no solo de mis predecesores… no, sino de toda la sala, la señora gruesa
incluida. Incluso el señor del ordenador detrás del mostrador se incorpora para
mirar con la cabeza fuera de la ventanilla… La señora apoya sus manos sobre las
rodillas y suelta unas carcajadas tan sonoras que siento temblar el suelo bajo
mis pies, que el asiento se trasporta por el suelo esmeradamente pulido de
mármol. De pronto recuerdo la regleta del profesor en la frente. Las risas de
mis compañeros de clase, las explicaciones de mis padres… todas las
humillaciones de mi vida pasan por mi cabeza.
Inclino mi cabeza avergonzado,
después ante tantas risas mis nervios se alteran y de un salto salgo de aquella
engorrosa situación. De pronto todos callan y miran hacia otro lado. Dejo de
existir… Vuelvo a mi sitio con toda la dignidad posible, pero rojo como un
tomate, me arde la cara. El señor de la gabardina con olor a naftalina me mira
con cara de comprensión… y rápidamente se gira hacia la joven que sigue
mirándome como diciendo, ¿ves, si no fumaras?... y de inmediato se gira hacia adelante.
No me percaté de los señores que
estaban delante de la joven, parecía un matrimonio, al menos sus miradas de
complicidad les delataba, o delataba una relación intima… eso se nota.
Después de varias horas;
―pudieron ser tres―, llegué a la ventanilla, al fin tenía delante al
delincuente oficinista, dudaba si en la pantalla tenía lo que realmente parecía
o simulaba tener, o quizás fuese un juego… no sé, en esos momentos me daba
igual… solo quería resolver para salir cuanto antes de allí…
Con cara de estúpido me preguntó
que era lo que me traía por aquellos lugares… con párpados caídos, intentando
transmitir calma, cuando en su mundo interior debía ocurrir cosas espantosas, ―pensé―,
en su boca caída se notaban manchas blancas de saliva, eso lleva a que tomaba
tranquilizantes… es una huella indudable de ello, conozco esos síntomas.
La nariz roja de bebedor
solitario…venas rojas en el interior de sus ojos, avisaban de su mala salud… no
le dije nada, y menos cuando observé que realmente el no me miró, él miraba a
la lámpara siempre que me preguntaba ― bueno las dos veces―, una cuando llegué
y la otra cuando le entregué el papel de recogida postal… una vez realizado
esto, ya no volvió a preguntarme nada, se limitó a mirar la pantalla, pasar el
código de barras por la franja de luz roja y teclear no se qué… que le llevó
tanto rato que mis piernas comenzaron a flaquear ante aquella odiada ventanilla
y, aquel odiado funcionario.
Cuando al fin logré salir de
aquél lugar ya tomé la decisión de evitarlo lo más posible; no más cartas
certificadas, no más compras por correos, no más correos que tenga que recoger
o enviar...punto.
La vuelta a casa fue sin embargo
fue placentera, tranquila, sin ningún contratiempo… caminé
despacio, respirando hondo, hasta llegar al mismo lugar de partida, mi hogar. Hice
café, me senté puse a Chuck Berry “Live at the Roxy” y aspiré un maravilloso cigarrillo, mientras
colocaba mis pies en alto.