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El metro comenzó su recorrido hacia casa desde la estación central donde yo me subí, tenía por delante un buen trecho; estaba en esos momentos en la otra punta de la ciudad, logré encontrar un asiento vacío, pude comprobar que todos miraban a un punto en el vacío, sin sentido, solos en sus pensamientos más íntimos, aferrados a sus bolsos ó algún paquete o a sus propias manos, rostros unos más grises que otros, nadie mira a nadie, un mundo vacío pienso, un mundo sin ruidos, sin voces, sólo sonidos a máquinas y motores de combustibles.
Me coloco mi mp3 y me pongo los auriculares para escuchar a “Zbigniew Preisner y su concierto en Mi mineur” mientras miro tras las ventanillas como pasan las estaciones una tras otra… rostros reflejándose en los cristales; niños que deambulan solos, ancianos tirados en el suelo…parejas besándose tras los pilares de hormigón gris de las estaciones…paredes negras que hacen reflejar tu rostro en el cristal como si fuese un espejo oscuro, marcando los rasgos de mi rostro ya envejecido, huraño tal vez, solitario y triste. Esto me provoca miedo en mi interior, me asusta mi oscuridad y mi vacío infernal compuesto sólo de sombras sin dueños, de risas sin sentido, de llantos desgarrados de dolor. De pronto paso del concierto en Mi mineur, a la pieza de Preisner “las marionette” ¡quizás me deje llevar demasiado por la música para interpretar mi entorno, quizás…! pero esta pieza en particular me hace ver de otra forma este paisaje gris que me precede de alguna forma e ilumina el sentido de lo que voy viendo ante mí… creo que tan sólo quedan dos paradas para llegar, ahora escucho la pieza “Road” hace que camine con más seguridad mientras me dirijo hacia la puerta de salida, pienso en el camino que he de tomar hasta la casa, al abrirse las puertas siento como entra una ráfaga de aire fresco pero rancio, veo también los rostros impacientes de los nuevos pasajeros; grises y sonámbulos… de pronto comienzo a escuchar la pieza Betlejem Polskie…y comienzo a subir hacia la superficie a través de las escaleras automáticas…debo subir tres tramos más, hasta llegar arriba… escucho murmullos fuera de los auriculares, pero la voz dulce de la cantante me tranquiliza y acuna… acompañándome hasta poder ver por fin la luz del sol que ya logro divisar entre la multitud, con sus campanillas finales de Betlejem Polskie salgo a la calle. “Lacrimosa” suena mientras comienzo a caminar por fin sobre la superficie hasta llegar a la avenida principal, donde cogeré un bus durante tres estaciones más, es diferente estar al aire fresco, ¡mucho mejor que andar bajo tierra! conforme avanzo, mi mp3 cambia a “Song for the unification of Europe” del mismo autor. (Hice para hoy esta selección, sé que me acompañará durante mi recorrido y le dará sentido al mismo…) ya no puedo estar sin música, me horroriza el silencio interno que me persigue allá donde voy, pero el llegar a mi destino también me horroriza. El silencio sobre mi silencio es aun peor. Al subir al autobús me sorprendo con la pieza “to love” me calma, me sosiega y pienso en volver al mar.
Al llegar a casa decido decirlo…¡que no soporto la ciudad! que me marcho junto al mar, al menos puedo hablar con él. Esta noticia no agrada, pensaban que me quedaría algunos días más, pero les digo ¡que no soporto la ciudad, que me ahogo en ella, que necesito el aíre del mar!
Así sentado en la parte trasera del autobús con dirección al océano, voy mirando al cielo con su color azul intenso lleno de una vida mágica y abierta a los sueños “Three colour: Bleu” me acompaña, mientras la ciudad va quedándose atrás, lejos muy lejos al fin.
En mi coronilla siento como el sol va subiendo de temperatura, y calentando también mi espalda que en cierta medida me agrada y reconforta, ¡añoraba esto!
“You Raise Me Up-Secret Garden feat. Brian Kennedy”; suena en mi mp3… hacia el mar, al que considero mi hogar desde siempre… ya nada será lo mismo para mí. Las sombras se desvanecen cuando estoy cerca de él, solo él lo comprende.
Con el Requien de Mozar observo ya los acantilados y precipicios…siento vértigo y me asombro de la magnitud de estos paisajes que aunque ya sabidos y reconocidos nunca dejan de sorprenderme…el autobús a veces da la sensación de caer al vacío, y el estomago me traiciona… pongo de nuevo la pieza “Les Marionette” y me voy tranquilizando, se que mi destino está cerca y que pronto podré hablar con él. ¿Por qué me atrae tanto el mar? Nunca lo he entendido, ¡pero me seduce tanto!
“Lacrimosa”, suena cuando al fin veo el intenso azul tras las montañas, incluso me salen algunas lágrimas.
El autobús paró en seco en la plaza del pueblo. Al salir noté el fresco, mezcla de montaña y de mar…de un aroma inimaginable para alguien que no lo esté viviendo en el momento. Sacudo la cabeza para despejarme del viaje y me encamino hacia el mar. Justo al final de la calle principal, entre tiendas de subvenir y restaurantes para turistas como yo, pero no me siento un turista cualquiera, pues me siento de aquí, ser parte de este lugar, siento en mis pies como sube esa energía que me transmite esta tierra.
Cuando llego a la playa, retiro mis auriculares ya insonoros. El sonido del mar que me envuelve y me traslada a algún lugar transcendental y mágico, fuera de esta locura vital de sobrevivir, de seguir caminando aunque no desees hacerlo, de caer para volver a levantarte, ruidos infernales de la ciudad gris y autómata me torturan y confunden en estos momentos tan solo rotos por el murmullo del mar.
En mi alma vuelve a sonar el piano de Chopin “la nocturna” y me acelera el corazón mientras la arena envuelve mis pies y los relaja, el agua llega hasta ellos fresca y burbujeante, observo que aun es temprano para que haya alguien en la playa, y me alegra de ser el primero del día en pisar esta maravillosa arena aun húmeda después de la marea alta, y que ahora bajada deja sus restos de algas y naufragios y como no la huella del ser humano, botellas de plástico por doquier, bolsas, etc… pero lo ignoro por no estropear este momento tan especial para mí.
Me gusta esta soledad, intuyendo que la otra, la soledad no deseada se esfuma como la espuma de las olas del mar. Me siento en la arena y contemplo el va y viene de las olas, las gaviotas aprovechan los restos que la marea dejó atrás, al fondo se ven barcos pesqueros tradicionales de la zona, y esto me gusta…es algo natural y bello una visión única que reconforta el alma. Al fondo puedo ver el faro que ya está apagado, pero que al contacto con el sol, su espejo da la sensación de estar encendido.
Luego cuando el calor comienza con su fuerza habitual prosigo en dirección al pueblo a buscar un lugar donde refugiarme de las horas más duras del día. Camino por sus calles empedradas. Casas de una sola planta con tejados rojos. Sombras de higueras. Parras que crean un micro clima que hace bajar la temperatura al menos unos pocos grados. Me siento en un poyete de piedra gastado por el paso de generaciones y aprovechando la sombra que provoca la aproximación de las casas dándole a la calle un frescor muy especial, junto con el aroma a guisos y animales de granjas supongo. Sin pretenderlo caigo en una zozobra que me lleva a un estado de letargo consciente dejándome llevar por el cansancio del viaje y por la calma del lugar. Cuando por fin me despierto tengo delante una cabra y a un señor grueso con una sonrisa desdentada, esperando a que me quite para poder pasar con sus ovejas y cabras, no sé como pero de un salto dejo el umbral libre comprobando que sudo como una ducha abierta. El hombre desdentado me ofrece un racimo de uvas mientra que sus cabras entran dentro del hogar hacia un patio que se percibe al fondo. El sol está en estos momentos en su fase más alta y las sombras abrazan como fuego…al poco el pastor sale de su casa y me ofrece un vaso de agua fresca he incluso me invita a pasar, para que no esté en la calle en las horas de más calor, dudo pero al fin, con mis mejores palabras de agradecimiento acepto. Al entrar en la casa el olor a corral de animales es casi insoportable, pero sobre este flota un aroma a un buen café, que no tarda en ofrecerme con sus manos gruesas y callosas, ― gracias le digo ― con lo que rompemos el silencio que persistía en el ambiente, el me pregunta de donde vengo, y le contesto que realmente busco lo que no tengo en el lugar de donde vengo…el sonríe y me dice que nadie quiere lo que tiene, y que se debería aceptar lo que realmente se es y de donde se es, buscar es una perdida de tiempo, ya que olvidas lo que tienes y dejas de apreciarlo olvidando incluso tus verdaderos deseos.
Esto me deja un poco desconcertado y pensativo, se ve un hombre sin cultura y casi que no sabe hablar, el no tener dientes le dificulta el entendimiento y con estas reflexiones suyas me sorprendo. Continuo diciéndole que vengo de la ciudad a buscar la paz que no encuentro en ella, y que siempre la encontré en este lugar, “el mar…” el mar es maravilloso ¿verdad? … ― me dice ― y yo le contesto que tiene una casa muy fresca y agradable ― él sonríe ― es mi cueva ―comenta entre una carcajada muy sonora―, antes sólo tenía un cobertizo y lo fuí convirtiendo en esta casita, cuando se está en el monte todo el día con las cabras el tiempo no te da para mucho, y esto es el resultado de años…sí, me siento bien en mi hogar, sé que es mío desde la primera piedra hasta la última.
― permanezco en silencio mientras le observo hablar ― al poco se levanta y se dirige a una pequeña nevera que casi la tiene fuera en el corral, saca un plato de higos y queso con los que se me aproxima diciéndome que espera que me guste porque no tiene otra cosa, luego de su talega saca pan y con un cuchillo “que me da miedo” corta dos grandes rodajas.
La verdad que la tarde no sale mal…es una situación que si no te dejas llevar te incomodas seguro…pero me dejo llevar por su talante de buena persona y hospitalidad, cosas que hoy en día casi que no se encuentra. Cuando para de hablar observo que su cabeza cabecea de un lado a otro hasta que termina apoyada en una de sus grandes manos, se duerme descaradamente y sonrío por su sencillez, le imito, pero no quiero perderme la tarde junto al mar, así que pongo la alarma del reloj sobre las seis treinta y me dejo llevar por el sopor del vino con el pan y el queso con higos… “siento como si hubiera viajado al pasado, a otro tiempo ya inexistente”. Cuando me despido de este buen hombre que se niega a que me marche sin tomar un buen café ―como dice él ― después incluso me abraza y me dice que aquí tengo mi casa. ― Muy agradecido señor, le digo― y me doy cuenta que ninguno de los dos nos llegamos a presentar.
Ahora prosigo mi periplo hacia la playa de nuevo, un aire diferente me envuelve y llena mis pulmones de aíre puro, haciendo sentir más pausado el momento, me coloco el mp3 y me pongo a “farinelli pergolesi” genial para la entrada al intenso azul del mar que a su vez se funde con el azul limpio y claro del cielo. Es verdaderamente grandioso y majestuoso y aun más con esta música que hace que palpite mi corazón como el de un crío…subo el volumen pues aun quedan muchas familias domingueras con niños chillones, abuelas, y maridos dormidos bajo las sombrillas esperando ha que le digan que ya se marchan, mientras en sus oídos tienen unos cascos como los míos pero que de seguro no escuchan lo mismo que yo, ¡sería absurdo pensarlo! Me encamino hacia una zona que parece tranquila entre neveras y sombrillas, personas que vienen en contra haciéndome esquivarlas, ¡ellos se van y yo llego! ― espero que se marchen todos…― al fin llego al sitio deseado, pero ya sin música sólo con el sonido natural de las olas, el aíre y el perfume del mar salado ― ¡y a cremas protectoras… huellas indiscutibles… como también cáscaras de pipas, colillas, etc! ― Tras mis espaldas el pueblo con tejados rojos y piedra me observa como a un extraño, al menos esta sensación es la que me da, estar vigilado por cientos de ojos, aun estando solo en toda la playa. ¡De pronto el cielo expone su paleta multicolor como esmaltado al reflejarse en el mar! me da que el horizonte se pierde en ciertas zonas difuminadas y en otras rota tan solo por el vuelo bajo de las gaviotas.
Vuelvo a escuchar dentro en mi cabeza la música “Decaloque de Preisner” y una tristeza vuelve a mi corazón, como una apisonadora, siento que todo esto no me pertenece y que debo volver al mundo gris al que pertenezco… Mientras camino hacia el autobús escucho “The two last days”.
2011© Juan Manuel Álvarez Romero