Nómada.-
Improntas.-
Ser, al fin y al cabo no es
todo lo que importa... es lo que dejas como ser, lo que te queda de lo
percibido, en este intercambio nos hacemos y, hacemos que todo se convierta en
un sólido cristal de colores.
Sentado, o de pie, —“no recuerdo bien”—, ante aquella inmensa
montaña, blanca, impresionantemente alta. Mientras, permanezco en el valle,
rodeado de olivos, de granados y de un sol maravilloso.
Un camino de tierra pasa cerca, el sonido de los grillos es
permanente, las horas desaparecen como por
arte de magia. Las palabras se hacen sentir en mi interior, buscando las claves
de esta belleza que sube desde el valle al cielo.
Queda cerca el cielo; más incluso que de la tierra, los pies
se elevan, la sensación de aíre entra en mí, esto a su vez hace que respire al
fin el aíre de la montaña… sumido en esta contemplación, me asombro, alzo una
voz que solo yo escucho, no hay nadie. Ahí abajo, en el valle, solo veo
siluetas difusas de árboles, alguna casa, algún coche que pasa —sin pararse—,
quizás por casualidad. Nada queda en este lugar, solo silencios.
Ahora, aquí, ante esta ventana de luz opaca… que emite una
luz permanente que atrae, atrapa, absorbe, hipnotiza… en ella permanezco como flotando
en el espacio tiempo… las ideas siguen avanzando, pero no quedan escritas… —no
sé que me pasa—, desde aquí, la vida se ve de forma diferente a como la veo ahí
abajo.
Esta luz cegadora sigue atrapando, —no solo a mí—, nadie
permanece fuera, todos quedan dentro de casas iluminadas tras esta luz… los
libros desaparecen, las imágenes milenarias de las paredes se convierten en
pixes… —las cuevas son museos, los museos son virtuales—. Desde aquí veo mi
silueta dibujada a contra luz, mirándome en la luz cegadora, opaca; la niebla
aparece fuera, en este nuevo día, no hay sol, la luz surge, pero desde
pantallas cuadradas, rectangulares, ovales…
Al bajar y tocar la tierra, me siento, y observo que las
paredes me hablan, me cuentan aquello que no vi. Una luz de sol que llega desde
la ventana, me alumbra el escritorio y, trae el destello de los días.
Las letras están gastadas, — pienso— ¡debo buscar otro teclado!. Las letras son
imaginarias, o pertenecen a la memoria intuitiva de escribir, de recordar,
salen en un sin fin de expresiones, con o sin sentidos. Cuando vuelvo a la
lectura de lo escrito, me veo en las paredes silenciosas, mudas, pero llenas de
recuerdos y sensaciones que quieren estar presente en lo que sale a través de
los dedos. Atrás dejé cientos de lienzos inconclusos, de páginas pendientes,
sin terminar, de vivencias que dejé pasar por el mero hecho de estar ante el
papel en blanco, o de un lienzo al que nunca le veo el final…
—Los vacíos de voces que dejé atrás, llegan en forma de
silencios—.
Aún así surgen las ideas, de forma abstracta o figurativas,
concisas. Es como cuando te dejas llevar
por un mero placer, al que dejo fluir en palabras escritas; estas me guían en
un recorrido sin fin. Otras busco una palabra, y comienzo a imaginar su vida,
su historia, —me dejo llevar por ella—;
ella me lleva por senderos, me abre
puertas a la imaginación. Las palabras me suben al cielo, a las nubes, al igual
que las letras imaginarias de mi teclado, borradas ya de tanto pasar mis dedos
sobre ellas, en ocasiones para escribir y en otras por el mero hecho de
sentirlas… mientras, pienso.
Del papel surgen
sensaciones espontáneas, de viajes, de rincones comunes o simplemente
recuerdos, de llegadas y partidas… de encuentros y desencuentros, de él salen
las primeras ideas, de palabras que después se convierten en historias,
cuentos, poemas… es diferente, surgen figuras, dibujos, colores, vida… es un
contacto vital con la materia, con la esencia misma… su olor, su blancura infinita…
del boli, el olor a tinta… del lápiz, el
olor a cedro… estos se mezclan con el lugar donde estés y, de eso salen otras
historias, otros apuntes diferentes… es como viajar en el tiempo. —Como cuando
jugaba con los lapiceros en las tardes después de clase—. Es un momento intimo,
reconfortante, iluminado por el niño que quedó dentro; pero también testigo de
lo que haces, en el momento mismo de transcribir las palabras que te salen ante
una puesta de sol, una idea, una reflexión… es el testigo de tú tiempo, de las
horas, de los días, de una existencia, de una vida…
En ocasiones deseo fundirme en su piel, convertirme en esa
materia blanca y hacer que mis dedos se fundan a él a través de un sin fin de
palabras… sin final, atrapado en las letras, las palabras… en las sensaciones,
en lo que he vivido, y hacer que así, quede en un sólido cristal de colores.
Juan Manuel Álvarez Romero© Granada